Lorca siempre estuvo presente en la vida de Chavela Vargas. Cuando ella abandonó para siempre su natal Costa Rica, la esencia del poeta granadino la acompañó en su viaje definitivo a México. Pero desde antes de ese iniciar ese recorrido, el bardo ya estaba en ella. Chavela lo recuerda en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Cuando en alguna de sus noches de insomnio escuchaba al poeta tocar el piano o conversar con Salvador Dalí. La naturaleza de esas palabras vertidas en la oscuridad es un misterio, pero ahí estaban esos susurros, esos retazos gentiles que permanecen ahora en otra oscuridad, ésa en la que la historia extiende su velo para apenas ser distinguidos como siluetas en el tiempo. “La Luna Grande, de Chavela Vargas a García Lorca” es el homenaje que la cantante de voz áspera reservó para el final, como ese último trago, el mejor de todos, que nos hace tomar valor para iniciar un nuevo recorrido, siempre desconocido.
Laura García Lorca, sobrina del poeta, lleva en la piel el timbre de Chavela, capaz de conmover a quien la escuchaba, porque en esa manera de soltar la palabra se escondía el secreto para revelar “no sólo un conocimiento de lo humano sino de la naturaleza, de los elementos, y también de lo que uno intuye que está al otro lado”.
Laura habla con la autoridad de la que sólo gozan quienes conocieron a las personas en su periplo de convertirse en leyendas. Porque Chavela Vargas, fue, incluso antes de que la edad le cayera encima, una épica viva, de “soledad infinita”, a quien cubría su eterno jorongo y las palabras de Federico García Lorca, que ella guardó con celo y presumió con orgullo: “Me quedé con la nostalgia”.
La Luna Grande. homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca
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