Archivo de la etiqueta: Eduardo Llerenas

Conjunto Zicuirán, foto de Walter Reuter

El son de arpa grande se escucha … lentamente

La región de Michoacán, tan golpeada actualmente, ha creado una cultura musical importante para México, la cual hemos grabado durante los últimos 40 años. Los sones de arpa grande de Tepalcatepec, Lombardía, Apaztingán, Nueva Italia, Coalcomán y La Huacana, entre otros pueblos y ranchos, son los primos hermanos del son jalisciense y representan un género de una intensidad difícil de igualar. Me confesó Gilberto Gutierrez que se trata de la música que solía acompañar las noches pachecas que vieron nacer el Mono Blanco y aquí en Discos Corasón tenemos colegas para  quienes éste es el género que más les importa. No se trata de la suave alegría del jarocho,  ni la belleza canora del  huasteco, sino de una música que suena a la tierra y a la pasión de lo propio.

Antioco Garibay y su conjunto de Arpa Grande con WatermarkEntre los maestros de esta música, había uno que me fascinaba por encima de los demás. Un caballero de la vieja escuela. Grabamos a don Antioco Garibay en La Huacana, Michoacán, en 1975 pero la audición de su disco no fue sino 25 años después, cuando un grupo de ancianos se sentaron en el patio de su casa y escucharon el CD durante cinco horas sin interrupción. Después de este tiempo me dijeron que estaban de acuerdo y que sonaba bien. El placer para todos fue muy grande.

En el momento de grabarle a don Antioco, nos dimos cuenta de la calidad del material pero en ese entonces no tuvimos la ambición de producir la música en disco, sino de guardarlo como documento, el registro importante de la cultura musical que nos fascinaba. Como éramos científicos,  insistimos en la mejor calidad posible de grabación – no nos interesaba producir souvenirs – pero no empezamos a producir y distribuir las grabaciones sino hasta los mediados de  1980.

Anduvimos en Michoacán en 1998, buscando a un arpista que le apodaban ‘El Venado’ a quien  queríamos entrevistar para un CD Rom que preparábamos sobre el son mexicano. Nos habían dado direcciones hacia una calle empedrada que subía un cerro arriba de Nueva Italia. Tomamos el camino hasta su final, llegando a la última casa antes del monte. Afuera, sentada con su bandeja llena de dulces y golosinas para vender, estaba una señora con las faldas y brazaletes de una gitana latinoamericana. Le preguntamos por  El Venado y nos respondió entusiasta que éste vivía al otro lado del cerro, a donde nos llevaría con gusto, si queríamos.

Guardó su bandeja en la casa y subió al auto. Nos platicó de El Venado y de otros grandes músicos de la región. Le dije que, para mí, el más grande de todos ellos se llamaba Antioco Garibay. Que en paz descanse.

“Sí, fue el más grande,” dijo.

“¿Lo conoció?”

“Pues sí. Fue mi papá.”

Cuando nos recuperamos de la sorpresa, nos pidió una copia del disco de su padre y me apenó decirle que no existía. “Pero, ¿cómo? ¿Si ya lo grabaron?” Le hice la promesa de revisar los materiales y, si fuera posible, producirlo como disco compacto y mandárselo.

Gracias a nuestra guía, encontramos a El Venado y platicamos largamente con él sobre la tradición de los conjuntos de arpa grande en esta región de la Tierra Caliente de Michoacán, en donde las fiestas duran tres días con músicos de son. Tocan el arpa de 32 cuerdas, dos violines y una vihuela, además del coro de un altísimo falsete o jananeo: el canto sin letras que expresa una emoción desbordada.

Don Leandro Corona, foto de Mary farquharson  con Watermark

En el calor de la fiesta, alguien suele pedir permiso para tamborear la tapa del arpa, mientras que el músico sigue tocando la melodía, produciendo una línea percusiva que lleva el  son a una intensidad feroz. Hasta los caballos de la Tierra Caliente bailan el son.

Baile caballo y jinete con Watermark

En los 25 años desde que habíamos grabado a don Antioco, el gusto por los grupos de cuerdas ya se había diluido frente al éxito de las bandas de alientos que desfilaban por Apatzingán tocando su música desde las cajas de las pickup. La cosecha de algodón y melón ya no era como antes y, cuando asistimos a las fiestas, presentimos un cambio en la cultura popular más marcado que en otras regiones del país. Sin embargo, en la zona de tolerancia de Apatzingán, todavía escuchábamos a grupos de cuerdas que se reunían en los bares y en las calles para tocar los viejos sones para el fervor de las prostitutas y sus clientes.

En 1975, sin embargo, el son de arpa grande había estado en un momento de auge, con Antioco Garibay compitiendo con otros maestros como Timoteo Mireles, ‘El Palapo’;  Encarnación, ‘Chon’ Larios, director de Las Madrugadores de Apatzingán; y Venancio Rodríguez de Los Caporales de Apatzingán, a quienes grabamos en diferentes momentos de los 1970.

El último de estas leyendas a quien grabamos fue a don Antioco Garibay. Al encontrarle en su casa en La Huacana, le propusimos hacerle una grabación. La idea le agradó, así que nos pusimos de acuerdo para regresar el día siguiente.

Cuando llegamos con los micrófonos, la Nagra y demás equipo, nos recibió Antioco vestido de blanco. Su ropa, preparada por sus nietas, fue impecable: como si fuera un torero preparado para salir a la lidia. Los músicos llegaron igual de elegantes y, a las 9 de la mañana, empezamos a probar micrófonos para ecualizar la grabación. Enrique Ramírez de Arellano y yo estábamos checando niveles, mirando el equipo, cuando sonó el primer jananeo. Los dos  dimos un salto, ya que nunca esperamos escuchar un falsete tan alto y feroz de la boca de estos educados ancianos.

Desde el momento de correr la cinta, no paramos un solo minuto, hasta pasadas las tres de la tarde. No había necesidad de repetir sones o corregir la afinación.

Hubo un breve descanso para comer después del cual volvimos a grabar un son tras otro. Entre los músicos nos habían preparado una lista de más de 50 sones que proponían grabar. Algunos de estos los conocíamos pero este grupo ofrecía un repertorio más amplio que los demás músicos de la región y grabamos muchos temas que son poco conocidos aún hoy en día.

Por ahí de las ocho de la noche, les dijimos que teníamos suficiente material grabado. Antioco se sorprendió: “¿Qué? ¿Ya acabamos?”

Guardamos las cintas de esta grabación y, gracias al inesperado encuentro con su hija, en 1999 las sacamos del archivo para producir ‘La polvadera’ de Antioco Garibay y su Conjunto de Arpa Grande.

5. Eduardo Llerenas with Mexican country violinist Leandro Corona con WatermarkCon el flamante disco en mano, salimos rumbo a Michoacán para entregárselo a los músicos sobrevivientes del Conjunto de Antioco Garibay. Llegamos a la casa de don Leandro Corona en las afueras de Zicuirán. El violinista, con más de 90 años,  puso nuestro equipo portátil sobre una mesa en el patio de su casa y él y sus amigos jalaron sillas para poder escuchar el disco. Se sentaron  frente de la grabadora, como si fuera una televisión.

No mostraron emoción alguna durante las cinco horas  de escuchar la grabación, ni comentaron nada. Cada vez que acabó el disco, cambiaron de silla para dar a otro amigo la posibilidad de acercarse a las bocinas.

Eduardo con Don Leandro, ago del 99 con WatermarkCuando finalmente decidieron que habían escuchado lo suficiente, expresaron su opinión con una mesura muy distinta a la música que tocan. Tomamos varias cervezas para celebrar el disco y festejar la memoria de don Antioco y los buenos años del son de arpa grande de la de Tierra Caliente de Michoacán.

 

Kasse Mady Diabate, el gozo por cantar

En el corazón de África

En el 2000, año en que Oumou Sangare inauguró el Festival Cervantino, pedimos que incluyera en su compañía a un gran cantante, nativo de Mali igual que ella: Kasse Mady Diabate. De esta manera, además del canto femenino de la diva de Wassoulou, pudimos ofrecer al público mexicano la voz cristalina de un legendario yeli (o griot), que heredó el destino de contar la historia pasada y presente de su país y los personajes que lo formaron.  Kasse Mady  más que un gran cantante, es una biblioteca ambulante; la memoria viva de su pueblo.

Además de ser tan dotado, Kasse es una persona muy accesible y, desde el día en que llegó a México, me empezó a mencionar la posibilidad de grabarle a él y a su grupo, la Super Mandé. Después de escucharle cantar en vivo, al lado de la gran canora Oumou Sangare, estaba convencido de su propuesta, a pesar de las dificultades del proyecto.

Primero hablé con una amiga, la renombrada musicóloga europea, Lucy Durán, experta en la música de Mali y amiga de Kasse. Le propuse que produjéramos un disco entre los dos, para así asegurar la calidad de grabación que buscaba, la cual podía escapar a un productor sin la experiencia previa de trabajar en África. De hecho, en ese momento, ninguna disquera mexicana había grabado en ningún país africano.

Los productores: Llerenas y Lucy Durán, con Kasse Mady

Los productores: Llerenas y Lucy Durán, con Kasse Mady

Efectivamente, la impresión más fuerte al llegar a Mali fue una de humildad frente a una cultura oral tan profunda y compleja. Había hecho múltiples grabaciones en comunidades afroamericanas del Caribe y Latinoamérica, pero las referencias en la madre tierra son distintas.

En un primer viaje de exploración con Lucy, decidimos realizar la grabación en Kela, el pueblo de Kasse Mady y demás familias del clan Diabate, todos herederos del arte de cantar, trovar y bailar. Suena bien, solo que Kela no tiene electricidad —mucho menos una posada o fonda— y en las fechas previstas para la grabación la temperatura subiría arriba de los 40 grados.

La voz de los ancianos

La voz de los ancianos

Lo más importante del primer viaje había sido la reunión con el consejo de los ancianos de Kela. Los 12 integrantes escuchaban con mucha paciencia nuestra propuesta de grabar en el pueblo y luego, uno por uno, ofrecieron su opinión personal. Estábamos sentados todos en una de las casas de adobe con su techo de palma y, aunque no había sillas ni decoraciones, sentí el peso de la sabiduría de los portadores de la historia de este pueblo. Después de varias horas de discusión, decidieron colectivamente permitir la primera grabación de su  música en Kela, a los extranjeros.

Cuando regresamos a la capital, Bamako, por segunda vez, llevamos  equipo de grabación diseñado especialmente para este proyecto. La falta de electricidad en Kela fue todo un problema. Un  generador crearía mucho ruido, inaceptable para la grabación. Escogimos un sistema de alimentación a través de un ‘no-breaker’ de 1000 watts de capacidad, acoplado a dos baterías de coche conectadas en serie que proporcionaban 25 voltios. Mientras que trabajábamos con una batería, Mary llevaba el coche por los caminos lejanos y regresaba con la batería recargada y lista para su siguiente turno.

El estudio fue una casa rectangular de adobe en las afueras de Kela; que daba a un bosque en donde los músicos decían que habitaban los yins. Estos espíritus podrían decidir el destino del trabajo y así el primer día de grabación fue un poco tenso, pero salió muy bien y esto nos dio confianza a todos.

Estudio Kambejeremá. Kela, Mali

Estudio Kambejeremá. Kela, Mali

Grabamos temas muy tradicionales, con cantos en dialectos medievales que cuentan de las aventuras del gran emperador Sundiata Keita; otros temas menos profundos que Kasse solía cantar con su banda en los salones de baile de Bamako y dos números en que revivía sus tiempos en la legendaria ‘Maravillas de Mali’, interpretando sus versiones locales del son cubano. Grabamos en directo, como debe de ser cuando los músicos son buenos y tocan bien juntos, separando voces, percusiones y cuerdas para la edición posterior.

En la música de Kasse Mady uno encuentra toda la filosofía y la sabiduría de los yeli: es una música que va más allá de la moda, que anda libremente entre lo rústico y lo urbano; es muy local y al mismo tiempo universal. Por encima de todo esto, la voz de Kasse Mady es una de las más bellas del África Occidental.

Bassekou Kouyate, rey del ngoni

Bassekou Kouyate, rey del ngoni

De regreso a la capital, grabamos un tema más para poder cerrar el disco. Habilitamos un salón del Hotel Mande como estudio e invitamos a dos de los máximos instrumentalistas de Mali: Toumani Diabate en la kora y Bassekou Kouyate en el ngoni, pariente distante del laúd. Los dos maestros acompañaron la voz de Kasse interpretando ‘Fununke Saya’ en que la muerte de una joven simboliza el momento en el que la novia abandona la casa familiar para vivir con su marido en la casa de los suegros.

Con el equipo electrónico guardado de nuevo en múltiples cajas, regresamos a México para revisar todo lo grabado y empezar la edición y masterización. Aunque los resultados me gustaron mucho, sentí  que faltaba fuerza en la línea del bajo así que, después de hablar con Nick Gold, el gran productor de Buena Vista, decidí ir a La Habana a pedir la colaboración de Orlando ‘Cachaito’ López. Escuchamos la grabación juntos, luego llevó una copia de las grabaciones consigo y al día siguiente llegó a los estudios, pentagrama en una mano y su instrumento en la otra, y grabamos una línea del bajo de Cachaito para reforzar el disco en algunos temas.

Un poco nervioso, le invite a Kasse Mady a escuchar la versión editada para que aprobara el bajo. Se sentó en el jardín de la oficina y escuchaba la grabación con mucha atención.  Me dijo: “me cuesta mucho trabajo creer que ese señor Cachaito no haya nacido en Mali”.

El disco terminado fue nominado a los premios Grammy en la extraña categoría de ‘Mejor disco de música del mundo’ y tuvo muy buena aceptación en México, Europa y los Estados Unidos. Nos asegura Kasse que fue ampliamente pirateado en África, lo cual quiere decir que fue bien recibido en su propia tierra.

  • Por si requieren fotos de buena calidad o el video realizado por Cosima Spender, favor de solicitarlo a la siguiente dirección: discos@corason.com

El armónico de Compay Segundo

“100 años de Compay” es una entrevista íntima con Máximo Francisco Repilado Muñoz, mejor conocido por el mundo como Compay Segundo. La conversación fue producida y musicalizada para radio por Eduardo Llerenas, para ser transmitida en el centenario del compositor de Siboney, quien nació el 18 de noviembre de 1907. Algo que queda claro durante la charla es que Compay no irrumpió a la fama a los 90 años con el fenómeno “Buena Vista Social Club”. Es exactamente al contrario: cuando convergen las coordenadas tiempo y espacio del disco ganador del Grammy en 1998, Compay ya era una leyenda que tuvo uno de sus auges (porque fueron varios) en los años 50 del siglo XX. Más aún: en los años 40 había tocado con potestades cubanas como Miguel Matamoros, Ñico Saquito y Benny Moré. Bueno, era tal el peso específico de Compay en la música de la isla, que cuando Ry Cooder lo conoce no dudó en llamarlo “El Jefe”. Pero estamos adelantando vísperas. La entrevista realizada por Eduardo Llerenas tuvo lugar en 1987, antes de que Compay siquiera imaginara que su talento quedaría registrado en el disco de “Buena Vista”. El escenario fue la casa del músico en la Calle Salud, en La Habana. En esa conversación fresca, Compay habla de cuando visitó México, en 1938, cuando Lázaro Cárdenas era presidente, “cuando la expropiación de los pozos petrolíferos”; recuerda que participó en dos películas: “Tierra brava”, dirigida por René Cardona, y “México lindo”, dirigida por Ramón Pereda. Además de que rememora con gusto, “Me comí ahí un mole de guajolote”, recuerda perfectamente que el platillo lo cocinó María Félix, además de que confiesa entusiasmado: “Tomé tequila y tomé pulque curado”.
Por su parte, Eduardo Llerenas enfatiza que en lo que duró la conversación, Compay abrazó su instrumento, ¿su guitarra? Es posible. Compay ofrece mayores datos del instrumento que siempre lo acompañó: “Soy creador de esta guitarra. Nadie toca esta guitarra más que yo. Tiene siete cuerdas. Tiene una pareja en sol, en octava, tiene dos cuerdas. No tiene cuerda sexta, tiene cuarta, porque va en octavo”. De hecho, la guitarra que Compay describe es el “armónico”, un instrumento inventado por él. En efecto, un híbrido de siete cuerdas entre la guitarra española y el tres cubano. Guitarra en su origen, o quizá sea mejor decir en su armazón, el instrumento aspira a imitar el timbre del tres adicionando una cuerda octavada en la tercera cuerda (sol). El resultado es el “armónico”, nunca un nombre tan apropiado para un instrumento, sobre todo cuando, al ser tocado por Compay Segundo, un mundo de eufonía inunda la atmósfera, con un sonido tan claro, “real”, que casi se podía cortar un pedazo de él y colgarlo en la pared dentro de un marco de hoja de oro.

Disfrútalo en:

https://itunes.apple.com/mx/album/buena-vista-social-club/id378188565?ign-mpt=uo%3D4

 

 

El Amado Carrillo

Fue un auto entrañable para Eduardo Llerenas y Mary Farquharson, directivos de Discos Corasón. En este vocho de batalla, la pareja realizó su primer viaje de de grabación de campo. ¿Cuándo? El periplo arrancó el 14 de febrero de 1992. Durante ese recorrido por Michoacán se hizo la grabación del Conjunto Atardecer, que forma parte de la producción Dalia Tsistiki, pirekuas y sones abajeños de los Purepecha. En un dato curioso, el vochito tenía un nombre muy apropiado para la época: “Amado Carrillo”.