Encuentros Lorquianos, por María Cortina

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

 Al menos una vez al año Federico García Lorca se da una vuelta por Madrid. Me contó Chavela Vargas que cada vez que viene de gira a España, el poeta la recibe con una sonrisa en la Residencia de Estudiantes donde ella se hospeda y donde García Lorca pasó sus años de estudiante y compartió afectos y pesares con Salvador Dalí, Luís Buñuel y otros intelectuales de esa generación – la del 27- que nació con el don de soñar. Aunque fueran insomnes.

Chavela es una insomne irredenta, igual que García Lorca. Por algo en 1929 escribió Ciudad sin Sueño que Chavela Vargas lee y relee en una edición especial y bellísima de Poeta en Nueva York, regalo de Laura Lorca, sobrina de Federico y fiel centinela de su memoria.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie, Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

En la Residencia de Estudiantes algunos duermen. Pero García Lorca y Chavela aprovechan las noches para hablar del silencio y del canto, de la poesía y la palabra, de la vida y de la muerte o simplemente ejercitan el arte de reír. Cuando los sorprende el alba, García Lorca se pone a tocar el piano y ella se queda escuchándolo hasta que un pájaro amarillo que ronda la ventana de su habitación, la despierta. Dice Chavela que el pájaro es el alma matinal de Lorca.

Las primeras obras literarias de García Lorca nacieron en la Residencia de Estudiantes, entre ellas el Libro de poemas y Mariana Pineda, la obra de teatro que Sara Baras cuenta con el cuerpo. Por García Lorca fue Chavela a ver la puesta en escena de Mariana Pineda, interpretada por Sara y su ballet flamenco. Nadie le había dicho que desde que la bailaora escuchó por primera vez el canto de Chavela, aún siendo niña, no paró de pedirle a su mamá que la llevara a conocerla. Por ello a Chavela le extrañó tanto que cuando Sara la vio en el teatro de Madrid, le lanzara el manto de Mariana Pineda, interrumpiera la función y pidiera al público que se pusiera de pié para aplaudir a «la gran señora» En el Festival Cervantino de Guanajuato 2003, Chavela le devolvió el gesto y la invitó a subir al escenario a bailar un poema verde de luna que le escuchó a Lorca una noche en Madrid.

Unos meses antes, Sara recibió en su casa de Cádiz un poncho rojo que Chavela le envió desde Veracruz.

Los García Lorca tenían una huerta en Granada, regalo del poeta a su familia. Cada verano, entre 1926 y hasta 1936, la familia se trasladaba a la Huerta de San Vicente que antes se llamaba De los mudos, en busca de luz serena y tierra húmeda. Desde la habitación del piso alto de la casa, Federico veía la Sierra Nevada y la Alhambra mientras creaba sus mejores obras. Bodas de Sangre, Diván del Tamarit y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías – uno de los grandes toreros del siglo XX y amigo de García Lorca que murió en agosto de 1934, tras una cornada en la plaza de Manzanares, brotaron en la huerta de Granada.

El año pasado Chavela fue a la Huerta de San Vicente a rendirle homenaje a Lorca. Bajo la ventana de la casa, un imponente nogal cobijó el escenario. Sara subió otra vez a bailar Verde Luna, pero esa noche, según dicen los que conocen el alma gitana, con el duende más vivo que nunca. Chavela, que antes de cantar saludó a García Lorca y al público, consiguió que todos los que estaban en la Huerta sintieran la presencia del poeta.

Fue la primera vez que vi llorar de emoción a un fantasma.

Hace poco volví a La Huerta de San Vicente, convertida en la casa-museo del poeta. Subí a su habitación y desde la ventana pude ver a la Sierra Nevada. Recordé que cuando estalló la guerra civil, en julio de 1936, Federico se encontraba ahí. El 9 de agosto se despidió de su familia. Diez días después fue fusilado y su cuerpo arrojado en algún lugar de la Sierra Nevada.

Todavía hoy buscan su cuerpo bajo la tierra. Algunos encuentran su alma en la niebla del alba.

El pasado 17 de abril, día en que Chavela Vargas cumplió 86 años, hablé con ella por teléfono. La noté triste, como nostálgica, como queriendo volver a España a platicar con García Lorca y presentarse ante un público que se desgarra cuando la escucha. Ella dice que la gente llora porque se da cuenta de que aún es posible sentir. A pesar de los males del mundo.

La última vez que estuvo en Madrid dio un concierto en el Jardín de las Adelfas, plantado hace casi 90 años por el poeta Juan Ramón Jiménez, otro de los ilustres huéspedes de la Residencia de Estudiantes. No cobró Chavela ni un centavo. Es la forma que tiene de agradecer cada año al personal que la atiende. La chica del comedor, la que guarda sus secretos, la que le tiende la cama, el portero que le cuenta de tarde sus pesares, el pájaro que la despierta y por supuesto, su compañero de insomnio.

Dicen que la noche del concierto, Chavela Vargas estuvo despierta hasta ya entrada la madrugada. Y que todos los vecinos de la Residencia de Estudiantes de Madrid escucharon a alguien tocar al piano Zorongo Gitano, una de las muchas Canciones Populares que Federico García Lorca recogió y armonizó y que en una de sus estrofas dice:

Esta gitana está loca. Loca que la van a atar. Que lo que sueña de noche quiere que sea verdad.
Texto de María Cortina
Publicado en La Crónica, 16 de mayo, 2005