Todas las entradas de: Luis Portanel

Antioco Garibay (¿? - 1976)

Antioco Garibay ( ¿? – 1976)

Fue un encuentro grato con la señora de las faldas amplias y anillos grandes que conocimos en las afueras de Nueva Italia, Michoacán. Con una generosidad espontánea, y sin saber realmente quienes éramos, cerró su puesto de dulces y su casa para ayudarnos a buscar a un arpista de su rancho que posiblemente andaba al otro lado del lomerío. Subió al coche y empezó a hablar de los bailes de arpa de su infancia y lo mucho que le gustaba la música, “más que un plato de comida”. Nos contó de sus orígenes en el pueblo de La Huacana y Eduardo Llerenas le comentó que había conocido a un arpero muy bueno en La Huacana. Su nombre era Antioco Garibay. “Sí”, respondió la señora, “él fue mi papá”.

Eduardo Llerenas había grabado a Antioco Garibay y su Conjunto de Arpa Grande en la Huacana unos 24 años atrás -en 1975- durante un viaje de grabación que hacía junto con Enrique Ramírez de Arellano. Ya habían grabado muchos sones de arpa grande en viajes previos a la Tierra Caliente de Apatzingán y los pueblos y ranchos aledaños. Esta vez bajaron por Tacámbaro; con las huilotas volando arriba del coche, y los cuiniques cruzando veloces por el camino, para llegar finalmente a la Huacana.

Don Antioco Garibay, el viejo arpista, les abrió la puerta de su casa y los recibió como si les hubiera estado esperando desde hace muchos años atrás. Mandó llamar a los demás integrantes del conjunto: a don Leandro Corona, el violinista y segunda voz, a don Vicente Hernández, voz guía e intérprete de la guitarra de golpe. Estuvo presente Isaías Corona quien tamboreaba el arpa y el segundo violín y voz, José Jímenez, el “joven” del grupo con sus 45 años.

en el momento de la grabación, Antioco Garibay tenía más de 70 años vividos y la fama local de ser un gran arpista. Solía salir con este grupo, conocido como el Conjunto de Arpa Grande de Zicuirán, a tocar los sones de la región durante las fiestas locales. Las tocadas duraban hasta tres días con sus noches enteras. Tal vez por eso dominaban tantos sones conocidos (“El maracumbé”, “El gusto pasajero”, “La malagueña”, etc.) y también un repertorio local enorme que no se escuchaba fuera de esta pequeña parte del estado (sones con nombres de animales y árboles locales como “El cuinique”, “La huilota” y “El huacicuco”). Entre estos está “La polvadera” (con la manera local de decir polvareda), que habla del ambiente jocoso de la fiesta local, y también los sones ‘ejecutivos’ ( de complicada y difícil ejecución) difíciles de encontrar fuera de La Huacana: como son “El ratón” y “El caballo”, entre otros).

El entusiasmo de Don Antioco por la propuesta de grabación fue muy grande. Sugirió de inmediato un local para la sesión (el taller eléctrico de un sobrino suyo, que resultó tener buena acústica) y quedaron de reunirse todos a las nueve de la mañana del día siguiente. Sin embargo, con micrófonos, mezcladora y grabadora listos, todavía no llegaba el arpista. Resulta que a Don Antioco le estaban vistiendo dos de sus nietas, preparándolo para su actuación con la atención que merece un torero antes de la fiesta brava.

Finalmente apareció, vestido todo de blanco, y se sentó en su silla. Le pasaron su arpa grande y la dejó descansar contra su hombro de campesino fuerte, como para aguantar los golpes del tamboreador. Comenzó a tocar las primeras notas de la melodía que anunciaba la entrada de dos violines, la guitarra de golpe, el tamboreo, la voz guía y, finalmente, el jaraneo del coro que, con su alto falsete de perfecta afinación, completó una música de intensidad magnífica.

Aún dentro de los diferentes géneros del son mexicano, con sus ritmos cruzados, melodías complicadas y continuos vuelos de la imaginación, los sones de arpa grande cuentan entre lo más impulsivos, intensos y sorprendentes. Por desgracia, es un género que ha sido desplazado por la música norteña y de banda. sin embargo, en la persona de Don Antioco, existía la presencia de más de un siglo de tradición musical, entre los años que él tocó y los que heredó directamente de su papá y tíos, en aquellas décadas en que los conjuntos de arpa grande mandaban en toda la región.

La grabación había empezado desde temprano. Tanto los sones populares como los muy locales salían casi siempre sin fallas de las manos y voces prodigiosas de los cinco señores que, por su vejez o por otra razón particular, tenían mucha prisa por registrar la mayor cantidad posible de los sones “para dejar un recuerdo para los nietos” –como decía Don Antioco-. La memoria de los hijos le parecía menos urgente que la de los nietos.

Después de doce horas de trabajo esmerado, con la atención de los productores centrada sobre los detalles técnicos de la interpretación y la grabación, se registraron 40 sones. Casi todos con esa voz aguda del coro que respondía con su jananeo a la letra del viejo guitarrista cuya voz ya no alcanzaba las mismas notas que antes. De todas formas él seguía lanzando y a veces salía un sonido fuerte, roto, tal vez difícil de asimilar al escucharlo registrado en un disco, pero que tenía una pasión tal que contradecía la imagen física del viejecito con un par de bastones.

Fue una sesión inolvidable para los grabadores,  muy impresionados tanto por la entrega de los músicos como por el estiló único dentro de un género que ya habían grabado en otras localidades de la región. En Apatzingán se suele tamborear algunos de los sones, pero la mayoría no cuentan con esa percusión que, en La Huacana, se vuelve el reto principal al que los demás músicos tienen que responder.

En Apatzingán, cuando un conjunto decide tocar un son tamboreado, uno de los músicos deja su instrumento o, si no, algún aficionado pide ‘cachetear’ (percutir) la caja de resonancia mientras el arpista asume los golpes fuertes y, casi por milagro, logra tocar el ritmo y líneas de la melodía al mismo tiempo que la percusión. En La Huacana, un músico tamborea cada uno de los sones, aunque con un estilo más suave, y convierte la caja del arpa en un instrumento de percusión, poco común entre otros géneros del son mexicano.

Otra diferencia con respecto al estilo de la zona de Apatzingán se encuentra en las entradas de los sones. Antioco tocaba algunas notas en su arpa para anunciar cada son, mientras que en la región de Apatzingán, Nueva Italia y Teapaltepec se acostumbran las entradas largas de los dos violines. El estilo del falsete del jananeo del Conjunto de Antioco Garibay tampoco se oye fuera de la región de Zicuirán y la Huacana.

Referente a la instrumentación, el arpa grande, dos violines y una guitarra de golpe son comunes en toda la región, aunque en La Huacana el tamboreador es un músico aparte. En La Huacana no se acostumbra incluir la bihuela, instrumento muy común en los conjuntos de arpa grande de otras partes de Michoacán. Don Antioco comentaba que la bihuela es una adición reciente y que la música se oía más ‘limpia’ sin ella. El recordaba cuando los conjuntos se conformaban simplemente de violín, arpa y guitarra, y decía que habían sido ellos mismos quienes habían añadido un violín y una voz, “para reforzar”.

Antioco Garibay falleció en 1976, un año después de esta grabación, pero sobreviven tres integrantes del conjunto original. Dos de ellos, los hermanos Corona, pasaron de 100 años: Leandro, el de la impresionante voz de falsete, murió en Ziicuirán a los 102 años, e Isaías, el gran tamboreador, aún vive en la Huacana. En estos dos pueblos vecinos ya no existen músicos que toquen este estilo y aún en Apatzingán y Nueva Italia los arpistas buenos son pocos. Uno de ellos es el yerno de Don Antioco, José Ledezma “El Venado”, a quien Elfiga Garibay nos ayudó a encontrar al otro lado de la loma. Allí, fuera de la casa de otro músico, hablamos mucho de aquel legado y los músicos de esta tradición, y se hizo el compromiso, finalmente, de entregar esta memoria musical a los nietos del gran arpista de La Huacana.

Armando Garzón

Armando Garzón

Al igual que Benny Moré, su voz acaricia; similar a Barbarito Diez, es refinado, exquisito. Siguiendo a su gran amiga, Elena Burke, cree que la voz lo es todo. A diferencia de cualquier otro solista cubano, Armando Garzón es poseedor de una voz de contratenor perfectamente entrenada, que emplea para interpretar la indestructible lírica romántica latinoamericana; el bolero. Su carrera profesional se inicia como solista del renombrado coro El Orfeón en su natal Santiago de Cuba, donde desarrolló una fuerte pasión por la música religiosa europea, principalmente las obras de Scarlatti y de los compositores ingleses de los siglos 15 y 16. Es en los años 80 que deja la música clásica para realizar un disco junto con Pablo Milanés interpretando boleros y canciones cubanos. En su primer CD bajo el sello de Discos Corasón es acompañado por el Quinteto Oriente; una agrupación tradicional de Santiago de Cuba que lleva el bolero en sus venas y que nació en el seno de la trova tradicional. En su segundo CD Garzón se reunió con uno de los grupos más recios del son cubano, Los Guanches, para grabar un repertorio de boleros antiguos al ritmo del danzón pero con la instrumentación de la trova tradicional. Tras una larga gira en Francia y Holanda, a finales de 1999 lanzó su tercer CD; en el cual, acompañado por siete sobresalientes jóvenes, presenta un repertorio de música latinoamericana, desde la vieja trova, pasando por el ‘filin’ y la nueva canción. Bautizado por la prensa como ‘El Ángel Negro de la Voz de Terciopelo’, Garzón está considerado como el mejor cantante solista de Santiago, tanto en música clásica como en popular, por su excepcional voz de contratenor. Como resultado, se ha presentado en múltiples ocasiones en los festivales y teatros más importantes de México y Europa, entre ellos el Zócalo de la Ciudad de México, el Teatro Blanquita, el Festival Cumbre Tajín de Veracruz, el Teatro de la Ciudad de Aguascalientes y la Universidad de Guadalajara. En 2001, acompañado por el maestro Felipe Urbán y su Danzonera, Garzón sedujo profundamente a más de 50,000 personas en lo que fuera denominado como ‘el salón de baile más grande del país’: el Zócalo capitalino. Con un cautivador repertorio de danzones, Garzón regresó a Europa en 2002 para presentar una exitosa gira de más de dos meses que incluyó destacados foros y festivales europeos.

Chavela Vargas y la Nostalgia Lorquiana

Lorca siempre estuvo presente en la vida de Chavela Vargas. Cuando ella abandonó para siempre su natal Costa Rica, la esencia del poeta granadino la acompañó en su viaje definitivo a México. Pero desde antes de ese iniciar ese recorrido, el bardo ya estaba en ella. Chavela lo recuerda en la Residencia de Estudiantes en Madrid. Cuando en alguna de sus noches de insomnio escuchaba al poeta tocar el piano o conversar con Salvador Dalí. La naturaleza de esas palabras vertidas en la oscuridad es un misterio, pero ahí estaban esos susurros, esos retazos gentiles que permanecen ahora en otra oscuridad, ésa en la que la historia extiende su velo para apenas ser distinguidos como siluetas en el tiempo. “La Luna Grande, de Chavela Vargas a García Lorca” es el homenaje que la cantante de voz áspera reservó para el final, como ese último trago, el mejor de todos, que nos hace tomar valor para iniciar un nuevo recorrido, siempre desconocido.
Laura García Lorca, sobrina del poeta, lleva en la piel el timbre de Chavela, capaz de conmover a quien la escuchaba, porque en esa manera de soltar la palabra se escondía el secreto para revelar “no sólo un conocimiento de lo humano sino de la naturaleza, de los elementos, y también de lo que uno intuye que está al otro lado”.
Laura habla con la autoridad de la que sólo gozan quienes conocieron a las personas en su periplo de convertirse en leyendas. Porque Chavela Vargas, fue, incluso antes de que la edad le cayera encima, una épica viva, de “soledad infinita”, a quien cubría su eterno jorongo y las palabras de Federico García Lorca, que ella guardó con celo y presumió con orgullo: “Me quedé con la nostalgia”.

La Luna Grande. homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca

El armónico de Compay Segundo

“100 años de Compay” es una entrevista íntima con Máximo Francisco Repilado Muñoz, mejor conocido por el mundo como Compay Segundo. La conversación fue producida y musicalizada para radio por Eduardo Llerenas, para ser transmitida en el centenario del compositor de Siboney, quien nació el 18 de noviembre de 1907. Algo que queda claro durante la charla es que Compay no irrumpió a la fama a los 90 años con el fenómeno “Buena Vista Social Club”. Es exactamente al contrario: cuando convergen las coordenadas tiempo y espacio del disco ganador del Grammy en 1998, Compay ya era una leyenda que tuvo uno de sus auges (porque fueron varios) en los años 50 del siglo XX. Más aún: en los años 40 había tocado con potestades cubanas como Miguel Matamoros, Ñico Saquito y Benny Moré. Bueno, era tal el peso específico de Compay en la música de la isla, que cuando Ry Cooder lo conoce no dudó en llamarlo “El Jefe”. Pero estamos adelantando vísperas. La entrevista realizada por Eduardo Llerenas tuvo lugar en 1987, antes de que Compay siquiera imaginara que su talento quedaría registrado en el disco de “Buena Vista”. El escenario fue la casa del músico en la Calle Salud, en La Habana. En esa conversación fresca, Compay habla de cuando visitó México, en 1938, cuando Lázaro Cárdenas era presidente, “cuando la expropiación de los pozos petrolíferos”; recuerda que participó en dos películas: “Tierra brava”, dirigida por René Cardona, y “México lindo”, dirigida por Ramón Pereda. Además de que rememora con gusto, “Me comí ahí un mole de guajolote”, recuerda perfectamente que el platillo lo cocinó María Félix, además de que confiesa entusiasmado: “Tomé tequila y tomé pulque curado”.
Por su parte, Eduardo Llerenas enfatiza que en lo que duró la conversación, Compay abrazó su instrumento, ¿su guitarra? Es posible. Compay ofrece mayores datos del instrumento que siempre lo acompañó: “Soy creador de esta guitarra. Nadie toca esta guitarra más que yo. Tiene siete cuerdas. Tiene una pareja en sol, en octava, tiene dos cuerdas. No tiene cuerda sexta, tiene cuarta, porque va en octavo”. De hecho, la guitarra que Compay describe es el “armónico”, un instrumento inventado por él. En efecto, un híbrido de siete cuerdas entre la guitarra española y el tres cubano. Guitarra en su origen, o quizá sea mejor decir en su armazón, el instrumento aspira a imitar el timbre del tres adicionando una cuerda octavada en la tercera cuerda (sol). El resultado es el “armónico”, nunca un nombre tan apropiado para un instrumento, sobre todo cuando, al ser tocado por Compay Segundo, un mundo de eufonía inunda la atmósfera, con un sonido tan claro, “real”, que casi se podía cortar un pedazo de él y colgarlo en la pared dentro de un marco de hoja de oro.

Disfrútalo en:

https://itunes.apple.com/mx/album/buena-vista-social-club/id378188565?ign-mpt=uo%3D4

 

 

Kora: un instrumento de ángeles africanos

Una calabaza grande cortada a la mitad, una cubierta de cuero para eso de la resonancia, un puente –como el de las guitarras, sí, con todo y muescas— y cuerdas sujetas a un mástil. Es todo lo que se refiere a uno de los instrumentos más extraños que de no hace mucho para acá África ha dejado entrever para presumirlo en Occidente. En cuanto al sonido, se trata de belleza virginal, las armonías celestiales que produce el arpa, sólo que el kora posee aún ese toque que recuerda a las aves volando a ras de la sabana africana. Irónicamente, el kora es un instrumento creado por los djinns, es decir, diablos y ángeles, respetados y temidos, aunque la palabra “djinn” para los árabes significa simplemente “ángel”. Pero volviendo a lo nuestro, instrumento y sonido ya están, la tercera parte, la más importante, la constituye el korista, y qué mejor que sea uno de los músicos fundamentales del continente africano, Toumani Diabaté, quien, por cierto, también, ha trabajado tiempo extra para colocar el kora en el gusto del público mundial. Y cómo no había de ser de esta manera, si a Toumani lo cobija la sombra de un árbol genealógico de 71 generaciones en las que el estudio y digitación del kora pasó de padre a hijo. En la obra “Variaciones Mandinga”, un álbum absolutamente acústico que se lanzó en febrero de 2008, Toumani aplica simplemente lo que sabe hacer y el resultado es de una pureza de sonidos que se suceden en una arcadia de luminosidad excepcional. Como acotación al margen: “Variaciones Mandinga” es un trabajo de Toumani como solista, una idea que el korista esperó pacientemente 20 años para retomar, ya que su álbum-debut lo interpretó él y su kora, nadie ni nada más. ¿Quieres escuchar a Toumani Diabaté en todo su despliegue de habilidades, en toda su fidelidad de sonido? Búscalo en SoundCloud (https://soundcloud.com/world-circuit-records/toumani-diabate-cantelowes).

El blues regresa a África

El ‘National steel guitar’ que acompaña la voz privilegiada de Kasse Mady Diabate fue un regalo del bluesero estadunidese, Taj Mahal, después de haber colaborado en el disco, ‘Kulanjan’. Unos años después, se volvieron a encontrar en un festival en el sur de España cuando Taj tuvo la oportunidad de escuchar la producción ‘Kassi Kasse’ del cantante maliense, el cual fue nominado al Grammy en 2004.

Teresa Salgueiro

Teresa Salgueiro

Teresa Salgueiro nació en Lisboa el 8 de enero de 1969. En 1986, con sólo 17 años, forma el grupo portugués más famoso de todos los tiempos: Madredeus. Entre 1987 y 2007, Madredeus vendió más de cinco millones de álbumes en el mundo. Participó como primera actriz en la película de Wim Wenders «Historia de Lisboa». En paralelo a la actividad del grupo, realiza el álbum «Obrigado» (2006) donde participó con varios artistas, como José Carreras, Caetano Veloso, Angelo Branduardi, entre otros. Además de otros dos álbumes en 2007 en compañía del Septeto João Cristal (Voc ê Eu) y el Lusitania Ensemble (La Serena) que explora diversos universos musicales mostrando su carácter polifacético como intérprete. Se presenta con estos proyectos por dos años, con un programa regular de conciertos en Europa, Brasil y México. En 2007 es invitada por el compositor polaco Zbigniew Preisner y participa como la voz de solo en el álbum «Noche silenciosa y sueños.» Con este concierto, que tiene su estreno en la Acrópolis en Atenas, estuvo en el escenario en varias ciudades europeas como París, Londres o Plock. El 30 de junio de 2007, Teresa Salgueiro se presentó en el Teatro S. Carlo en Nápoles, invitada por el Cuarteto de cuerdas Solís a cantar un repertorio de canciones nostálgicas de la tradición musical Napolitana. Dos años después, en 2010, inicia el Concierto «Canti Navigant» que tiene premieres en selectas ciudades de Italia. Ya como artista independiente en agosto de 2008 con la idea de reunir un repertorio que retrataría diferentes épocas, las tradiciones, y costumbres de regiones portuguesas, se reúne otra vez con el Lusitania Ensemble y así nació el álbum «Matriz», cuyos conciertos se presentaron en Europa y África. «El Voltarei à Minha Terra» fue un viaje por la memoria colectiva de la música portuguesa del siglo. XX. Con una nueva visión Teresa Salgueiro asumió la dirección de los arreglos musicales que dibuja un lenguaje original que refleja un universo poético, nacido del sentimiento y el idioma portugués. El viaje de 25 años de ininterrumpida dedicación a la música por parte de Teresa Salgueiro ahora culmina en la creación de piezas originales nacidas del encuentro de Teresa y los músicos elegidos. Y por primera vez, se dedicó a escribir la letra y música de todas las canciones. Más de nueve meses, del noviembre de 2010 al julio de 2011, desarrolló los conceptos e ideas cristalizadas en formas musicales. Invitó a Antonio Pinheiro da Silva, con quien compartió los primeros diez años de grabaciones y conciertos de su vida, para coproducir este nuevo álbum.

Los Jubilados

Los Jubilados

Los nueve músicos que integran Los Jubilados cuentan que, en 1997 se formaron como grupo musical por dos razones: por un lado fue por la necesidad y por otro, su opinión de que los jóvenes a quienes habían dejado paso, no tocaban esta música tan bien como ellos. Así regresaron a las tablas, empezaron a tocar los viejos sones y boleros de su generación, e inmediatamente empezaron a ganarse públicos de edades e historias muy diferentes. No se trata tanto de la grata sorpresa de ver a nueve viejos — varios bisabuelos entre ellos — moviendo las caderas en el escenario y preguntando, con voces roncas de tanto bien vivir, “¿quién será la dueña de mi amor?”, sino se trata de un arsenal acumulado de talento y una gran capacidad para interpretar una música que, al final de cuentas, marcó el siglo 20 no una, sino dos veces. “Mi maestro es la calle,” dice el director de Los Jubilados, Mario Caracasés, “eso no se aprende con papeles, está en las venas, en la sangre.” De joven, cuando el son se tocaba en grupos de cuatro o cinco músicos, Mario andaba en la calle, escuchando a los buenos, “buscando la calidad.” “Es una gracia que uno tiene aquí en el cuerpo, en la mente.” Con la llegada de las orquestas de baile, se fijaba en Bienvenido Granda, en Chapottín, en la Orquesta Aragón, entre otros. Como los demás integrantes de Los Jubilados, Mario pertenecía a las orquestas más importantes de su natal Santiago de Cuba y fue fundador del Cubanero, donde hacía segunda voz a la primera de Juan Gualberto ‘Bebeto’ Ferrer, a quien sigue acompañando, medio siglo después. Cero Farandulero, el primer disco de Los Jubilados, grabado poco después de su formación, ganó el Premio Especial Cubadisco 1999 y ahora el grupo empieza a recorrer los mismos teatros y festivales que son las segundas casas de los miembros del Buena Vista Social Club. En su primera gira por México, en mayo de 1999 hicieron llorar a Oscar de León, y conquistaron al público mexicano en la calle, en los salones de baile y en los teatros neoclásicos del Bajío. En el 2000, Los Jubilados regresaron con un segundo CD, ¡Óyeme Cachita!; un disco con más potencia, con más swing, como dicen en Santiago. Aunque cuatro integrantes del grupo son compositores reconocidos, para este disco interpretan 13 temas de su juventud, que reinventan con un estilo muy propio y, por lo menos en Santiago de Cuba, claramente identificado con ellos. El concepto de tocar ‘covers’, no existe entre los buenos soneros de Cuba porque cambian los arreglos, las letras y el espíritu de cada son según su propia inspiración. Cuando Afro Cuban All Stars toca “Alto Songo” se puede escuchar toda la sofisticación de una gran orquesta habanera. El mismo son interpretado por Los Jubilados es otra cosa; las letras improvisadas, la descarga en trompeta y tres, los coros y la instrumentación están directamente conectadas a la energía y la espontaneidad del puerto de Santiago. El son original ofrece la estructura musical sobre la cual el cantante se lanza, espontáneamente, a contar historias reales e imaginadas del señor que fue lechero, carbonero, funerario y boticario hasta llegar a ser un cantante internacional. Del autor de “Alto Songo”, Luis ‘Lilí’ Martínez, Los Jubilados interpretan cuatro sones más: “Quimbombó”, “Camagüey”, “Busco a otra” y “Rompe saragüey”, este último un afro-son que está profundamente inspirado en la santería. Considerado como uno de los pianistas cubanos más importantes del siglo 20, Lilí nació en Guantánamo, donde se hizo músico sin clases ni pentagrama. Igual que Rubén González, Lilí fue, durante varios años, el pianista de la orquesta de Arsenio Rodríguez. En este disco hay dos pregón-sones, género muy favorecido entre los soneros santiagueros, quienes evocan, a veces con doble sentido, el espíritu de los vendedores callejeros de mangos, cacahuates, dulces y muchos más productos apreciados en la vida diaria. “El panquelero” es tal vez el mejor conocido de estos dos, aunque “Camaroncito seco” se interpreta mucho en la Casa de la Trova de Santiago de Cuba. Entre los bolero-sones (“un bolero al que ponemos un estribillo para hacerlo más guapachoso,” explica Mario) están dos clásicos: “Quien será” de Arsenio Rodríguez y “Murmullo” de Electo Rosell, ‘Chepín´. Los Jubilados tratan los dos temas con una irreverencia típica de ellos e, inconscientemente, los inyectan con sangre nueva. “Murmullo” abre con un tono casi cursi, su suave melodía apoyada en una trompeta con sabor a Hollywood de los años 50, para luego romper con un montuno escandaloso:

Ponla aquí ponla allá
ponla donde quieras
pero pónmela

La historia se repite en “¿Quién será?” Bebeto empieza preguntando, con mucha pasión y seriedad, quién será la dueña de su amor. Justo cuando las parejas han sido seducidas por esta pregunta universal, llegamos al estribillo que es prueba cabal de la gran imaginación santiaguera:

los reyes del cielo te van a traer,
un muñequito que te haga reír.

Los Jubilados de igual manera dejan su huella, en otro tema clásico, “Suavecito”, el son compuesto por Ignacio Piñeiro en 1930. Al principio respeta la letra y el espíritu del son original pero el montuno rompe de nuevo con lo que el público hubiera esperado y el coro canta un contagioso estribillo que lo distingue fuertemente de la versión habanera: suave nena, suave, suavecito… muy a lo santiaguero. El bolero “La virgen de Guadalupe” es una composición de un viejo trovador de Santiago, Gerbert Bordes, quien nunca ha visitado México. Conocido localmente por su gran imaginación, lo compuso a petición de su hijo quien trabaja en una ONG y quería dedicarlo a sus colegas mexicanos. Padre e hijo investigaron la historia de la Virgen y Gerbert compuso el bolero. Finalemente, la guaracha que da título a este CD, “Cachita”, conocida composición del borinqueño Rafael Hernández, no era parte del repertorio original de los veteranos sino que lo montaron hace poco, a petición de los múltiples extranjeros que visitan Santiago de Cuba para escuchar su música. Cada una de estas selecciones está marcada por las sobresalientes descargas en la trompeta y el tres, apoyados en la línea percusiva en la cual la participación de Mario en las maracas y Bebeto en los claves es también notable. Jerónimo Ibarra, ‘Alemán´, no descuida tampoco su participación en los bongoes y de nuevo nos da muestra de tremendas descargas en “La ruñidera” y “Cachita”. Para este disco Los Jubilados invitaron al trompetista más importante de Santiago, Carlos Thomas Brown, solista de la Banda Municipal de Santiago, donde Compay Segundo empezó su carrera musical. Tiene una capacidad notable de captar el sentimiento de cada selección: desde la energía frenética de Alto Songo a la entrada sentimental de Murmullo. Transmite con mucha claridad la pasión y el humor de los músicos que acompaña. Para el tresero, Rafael Lafarguez, mejor conocido como ‘Tangañica’, ésta resultó ser su última grabación. Falleció, inesperadamente, después de una embolia, dos meses después de dejar esta demostración de su gran talento. Su inteligencia y sensibilidad fueron claves para el grupo. Este disco está dedicado a la memoria de él. En 2001 aparece su tercer CD, No Tiene Telaraña,así titulado por el muy movido son que abre el disco. A pesar de ser una composición muy vieja del trovador santiaguero Rosendo Ruiz, habla muy claramente de Los Jubilados hoy en día: nueve músicos experimentados que presentan un repertorio añejo interpretado con gran frescura, energía y creatividad; limpio de polvo y telarañas que pudieran obstruir una música simplemente nostálgica. Con este su tercer CD, Los Jubilados encuentran una energía todavía mayor que en sus dos discos previos. Con la notable excepción de “Juramento’”, composición clásica de Miguel Matamoros, no hay boleros en esta producción; el énfasis está en esta música que invita a bailar, a olvidarse de los pormenores estresantes de la vida cotidiana, y adentrarse en el regocijo. Entre los números muy movidos se encuentra la guaracha “Pare cochero”, misma que incluye una improvisación sonera de Bebeto, y tres guaguancós, el género que sale de la rumba tradicional para tomar su lugar en la pista de baile sonera. Entre los temas más conocidos se encuentra el gran pregón son, himno a la vida callejera de Santiago de Cuba, “Harina de maíz”; y entre las composiciones del propio grupo está “Mi son santiaguero”, del fallecido tresero Rafael Lafarguez ‘Tangañica’, Actualmente el tresero es Fidel Lino Pérez Massó, músico muy conocido en la Casa de la Trova de Santiago de Cuba; el trompetista, quien se integró al grupo desde el segundo CD, es el virtuoso solista santiaguero Carlos Thomas Brown. Los percusionistas son ya bien conocidos, pues han estado en las dos giras anteriores: Gerónimo Ibarra en los bongoes y Jesús Estrada en la tumbadora. El guitarrista es otro veterano del grupo, Jorge Ribeaux, igual que el cantante que comparte las primeras voces con Mario y Bebeto: Hermelino Visset. El bajista Luis La Rosa, quien cuida su instrumento como a su vida, ha estado con Los Jubilados desde sus inicios, y son sus palabras, comentadas a un periodista mexicano durante la gira anterior, las que captan el espíritu de estos entrañables veteranos: “Los Jubilados lo único que ofrecemos es música buena que busca ser más buena cada día para que quien la escuche se sienta bien. Nuestra aspiración es sólo eso: ser cada día mejores y hacer cada vez mejor música.”

La Negra Graciana

La Negra Graciana

“Un día mi papá fue por Don Rodrigo, un arpista cieguito de los dos ojos, hasta Rancho del Padre y se lo trajo a Puente Izcoalco para que le diera clases a mi hermano Pino. Cuando llegó el cieguecito a la casa y empezó a afinar el instrumento ¡que cosa más linda! Sentí como si me diera un salto el corazón. Yo oí esos sonidos tan bonitos que… no sé cómo explicártelo. Fue entonces que me dije: yo voy a tocar el arpa.”

– Graciana Silva

Graciana Silva proviene de una familia de músicos originarios de un rancho cerca de Medellín de Bravo, Veracrúz. Su padre Don Zito Doroteo Silva tocaba la jarana, su madre Primitiva García, cantaba (“rebonito”, según Graciana) y le gustaba decir versos e improvisar y su hermano mayor, Pino, aprendió desde chico a tocar el violín y la jarana. Con esta escuela a la mano y un talento natural, Graciana empezó a tocar en bailes y fiestas desde los 10 años, después de haber aprendido observando al maestro arpista Don Rodrigo, el ‘cieguecito de los dos ojos’, que fue contratado para enseñar al hermano mayor de Graciana. Este hermano, Pino Silva, nunca dominó el secreto del arpa pero acompañaba a Graciana en la jarana y la voz en las reuniones familiares y, más tarde en sus grabaciones y sus viajes internacionales. La infancia y adolescencia de Graciana se desarrollaron en esta ambiente rodeada de música y bailes. Más grande, ella ofrecía sus sones en las cantinas del Puerto de Veracruz y fue en uno de estos días de trabajo que, meses antes de cumplir sus 60 años, conoció a Eduardo Llerenas, fundador de Discos Corasón. Impresionado por su voz y por el estilo añejo de tocar el arpa (más lento, sentido y complejo que el estilo de la mayoría de los arpistas del puerto), Llerenas propuso grabarla y regresó varias veces a Veracruz antes de realizar la grabación en un rancho muy alejado del puerto. El CD La Negra Graciana y el Trío Silva, Sones jarochos (Corasón CO109) tuvo un impactó más fuerte de lo que Llerenas habría esperado. Poco después de salir al mercado en 1995, esta grabación dio como resultado en 1996 una gira por Holanda y Bélgica, el principio de su carrera internacional que le llevaría a los foros y festivales más importantes de Europa y América del Norte. En esta época de su carrera musical, Graciana participó en varios festivales culturales en México, incluyendo el Festival Cervantino en donde compartió el escenario con el difunto Juan Reynoso y con el poeta y músico Guillermo Velázquez. En 1996 Graciana se presentó en un evento masivo en The Harbourfront Centre de Toronto, Canadá y después de este viaje, se juntó con Guillermo Velázquez en un evento producido por Discos Corasón llamado ‘Son de México,’ en el que se presentaban sones de cuatro regiones: de la Sierra Gorda; de Michoacán; de la Huasteca y de Veracruz. Con este formato artístico, Graciana se presentó en el Barbican Centre de Londres; en Seattle y más tarde en un prestigiado festival de Berlín. Colaborando con la comunidad mexicana en los Estados Unidos, Graciana se presentó en el Mexican Fine Arts Centre de Chicago. Durante su visita a Chicago, Graciana ofreció unos conciertos en escuelas públicas para alumnos de origen mexicano y afro americano. Terminando su actuación, los muchachos hacían fila para saludarla y tocarla, como si fuera un ícono de la buena suerte. A principios de 1998, La Negra Graciana regresó a Europa para presentarse en el Theatre de la Ville, en la riviera del Río Sena de París, en el Royal Festival Hall en Londres para concluir su gira con un concierto en Caen, Francia y otro en Madrid. El concierto en París fue grabado para su posterior producción en un CD titulado La Negra Graciana: En vivo desde el Theatre de la Ville, Paris (Corasón CO145). Entre 1999 y 2001, Graciana seguía participando en eventos internacionales. Acompañada por los hermanos Ochoa, viajó a Barcelona para ofrecer tres conciertos en Cataluña y las islas Baleares. En 2001 se presentó en México en el Festival del Centro Histórico (el concierto incluyó una colaboración espontánea con Los Lobos que se encontraban en el mismo programa musical). La última de las giras organizadas para Graciana por Discos Corasón fue a Sevilla en 2001. Desde esa fecha Graciana sigue presentándose en diferentes festivales tanto nacionales como internacionales, participando dos veces en el Festival Tajín, viajando a Francia en donde grabó su tercer CD y presentándose en el festival ‘La Mar de Músicas’ en Cartegena, España. En este tiempo participó en un documental, producido por la Universidad de Guadalajara, misma que incluía a Chavela Vargas y a Eugenia León. Aunque Graciana ha sido acompañada por distintos músicos jarochos del Puerto de Veracruz durante su larga carrera musical, su preferencia siempre ha sido de presentarse como solista: su voz y su arpa.