Todas las entradas de: Eduardo Llerenas

Acerca de Eduardo Llerenas

Eduardo Llerenas fundó Discos Corasón en 1992, junto con Mary Farquharson, aunque había empezado a grabar música tradicional en 1971, viajando continuamente a pueblos y ranchos de México antes de explorar la música de gran parte del Caribe. En 1985 empezó a grabar extensivamente en Cuba y más tarde empezó a grabar en África Occidental.

Festival Balagan Balkan, Sabo Tercero

Cuando Eduardo sacó a Salvador Tercero de su estudio de grabación

Dueño de unos estudios de grabación en la Colonia Juárez, fundador y director de una exitosa escuela para ingenieros de sonido, Salvador Tercero ha sido el ingeniero de monitores para Luis Miguel, ha grabado discos para Armando Manzanero y muchos etcéteras más. Sin embargo, me ha acompañado –desde 1994– a diferentes estados de la República, grabadora en mano, creando estudios improvisados para registrar a grandes artistas como son Los Camperos de Valles y Chavela Vargas, entre otros. Aprovecho de este blog para revelar una faceta poco conocida –de grabador de campo– de un ingeniero muy querido y estimado en el medio.

Cuando empecé a realizar los viajes de grabación en 1972, el ingeniero siempre fue Enrique Ramírez de Arellano, académico como era yo en ese entonces, con trabajo previo en los estudios  de Phillips en Holanda y, con el tiempo una gran experiencia en realizar grabaciones de campo con equipo cada vez más sofisticado.

Cuando formamos Discos Corasón en 1992, Enrique grababa ya poco conmigo: había llegado el momento de necesitar a alguien que podía comprometerse profesionalmente, tal como yo lo había hecho cuando abandoné la biofísica en favor a la música tradicional. Conocí a Salvador Tercero cuando era el asistente de una figura ahora legendaria en el mundo de la grabación de audio: Francisco  Miranda. En 1994 le invité a acompañarme a San Luis Potosí, a Tamaulipas y al norte de Veracruz en donde grabamos a Los Camperos de Valles, a Perla Tamaulipeca y a unos magníficos cantantes que eran ganaderos de la isla de Juan A. Ramírez.

Caña con maracuyá, acompañimiento importante en las grabaciones de Los Camperos de Valles. Fue el primer viaje de campo de Salvador Tercero, 1994.

Caña con maracuyá, acompañimiento importante en las grabaciones de Los Camperos de Valles. Fue el primer viaje de campo de Salvador Tercero, 1994.

Marcos Hernández, director de Los Camperos, nos había hablado de estos dos hermanos que cantaban no profesionalmente sino por gusto. Uno de ellos tenía una carnicería en Pueblo Viejo y el otro se dedicaba tiempo completo a la ganadería. Llevé a Salvador y a Los Camperos a Pueblo   Viejo y nos presentamos con Cástulo en la carnicería. Esperamos la llegada del hermano ganadero en una cantina local en donde comíamos kilos de camarón para pelar. Pasaron las horas hasta las seis o siete de la tarde cuando apareció Narciso Pérez Maya, listo para hacer la grabación. Con cierta alegría nos dirigimos a un hotel abandonado en una colina del pueblo en donde Salvador había preparado un cuarto, lejos de cualquier sonido ajeno. Con Marcos en la huapanguera y Goyo en la jarana, su compadre Joel Monroy en el violín, grabamos estas increíbles voces de falsete huasteco y quiero pensar que abrimos un poquito más los gustos musicales del flamante grabador de campo.

Salvador estaba un poco nervioso, me recuerdo, sacado de su mundo, pero su capacidad natural con la gente, junto con su maestría técnica, aseguraba que el viaje fuera productivo y divertido (la combinación es importante). Trajimos muchos kilos de acamayas y material que luego produjimos en una antología del son huasteco que se llama ‘El caimán’. Fue cuando descubrí  la capacidad de Salvador como editor, la cual maneja con gran acierto por la musicalidad natural que tiene.

Un año después me acompañó a grabar a un grupo jarocho, para incluirlo en el disco ‘La iguana’, aunque el viaje fue de otro estilo ya que el grupo recién había emigrado a Cancún y el mayor problema fueron las hordas de Spring Breakers que habían invadido la ciudad y sus playas. Como grabamos en un hotel del pueblo, tuvimos que cubrir las ventanas con colchones para aislarnos de los gritos histéricos de los turistas.

Salvador preparando la grabación de campo con Los Camperos de Valles

Salvador preparando la grabación de campo con Los Camperos de Valles

Para realizar una grabación de campo se requiere de buen equipo –por supuesto– pero también de un buen entendimiento entre productor, grabador y músicos, que incluye un conocimiento amplio por parte del productor de la música que quiere grabar y una gran empatía con el grupo musical. Para mí esta confianza humana y profesional entre los participantes en la grabación es lo más importante. De hecho, el mito del gran estudio puede, en algunos casos, convertirse en una inhibición para la expresión máxima de la música tradicional. Esto está cambiando con las nuevas generaciones de músicos pero hace 20 años solíamos lograr una mejor calidad de grabación llevando el equipo a las casas o locales de la región en vez de invitar a los músicos a grabar en un estudio de la capital. Fue más costoso en términos económicos pero valía la pena. El interés finalmente es registrar la cultura musical de los intérpretes en las condiciones idóneas para ellos y no la imposición de un ambiente que solo el grabador conoce.

Los Macorinos, guitarristas de Chavela Vargas, escuchan con Salvador material grabado en Morelos 2012.

Los Macorinos, guitarristas de Chavela Vargas, escuchan con Salvador material grabado en Morelos 2012.

La más importante grabación de campo que ha hecho Salvador conmigo durante todos estos años fue en 2011 cuando Chavela Vargas pidió que la grabara en Morelos en vez de viajar a un estudio en el Distrito Federal. Salvador, y su asistente Andrés Salgado, llevaron el equipo profesional para asegurar la calidad del sonido y armamos el estudio en una casa de Tlayacapan. Con la montaña llamada Cihuapapalotzin (La Mujer Mariposa) de frente, Chavela recitaba el poema de Federico García Lorca “Volaré por el hilo de plata” mientras que grabamos a sus dos guitarristas en otro cuarto, conectados con la diva por medio de televisión y líneas de audio.

Salvador  graba a Chavela Vargas, en Morelos, 2012Después de cada tema, nos reuníamos todos para revisar la grabación y repetirla si fuera necesario. Por su edad y por la gran seriedad con la que trabajaba Chavela, hicimos unas seis grabaciones de esta manera, construyendo una y otra vez el estudio dentro de la casa de campo. Después de cada sesión hubo comidas largas y entretenidas con moles locales, los chistes cada vez más coloridos de Miguel Peña, talentoso guitarrista de Chavela y, frecuentemente, el canto gustoso de la diva misma. La ternura con la que Salvador trataba a Chavela, ya con sus 93 años encima, contribuyó a la gran calidad del disco terminado: ‘La luna grande, Homenaje de Chavela Vargas a Federico García Lorca’.

En abril de 2012 lanzamos el disco en el Palacio de Bellas Artes, con Salvador como ingeniero, y este concierto resultó ser el ganador de la Luna del Auditorio en la categoría de Mejor Concierto de Música Iberoamericana. Hizo un trabajo igual de brillante con los dos Festival Balkan que produjimos en el Plaza Condesa.

 

Lo que no hemos mencionado es la faceta de Salvador Tercero como maestro. Su escuela Sala de Audio (Dinamarca #83, Colonia Juárez (www.saladeaudio.com.mx) acaba de abrir sus nuevas instalaciones que son impecables. El ambiente refleja la personalidad y profesionalismo de Salvador. Ojalá que decida preparar a sus estudiantes también en el arte de grabar fuera del estudio para que la música tradicional mexicana cuente con una nueva generación de grabadores sensibles y creativos.

Conjunto Zicuirán, foto de Walter Reuter

El son de arpa grande se escucha … lentamente

La región de Michoacán, tan golpeada actualmente, ha creado una cultura musical importante para México, la cual hemos grabado durante los últimos 40 años. Los sones de arpa grande de Tepalcatepec, Lombardía, Apaztingán, Nueva Italia, Coalcomán y La Huacana, entre otros pueblos y ranchos, son los primos hermanos del son jalisciense y representan un género de una intensidad difícil de igualar. Me confesó Gilberto Gutierrez que se trata de la música que solía acompañar las noches pachecas que vieron nacer el Mono Blanco y aquí en Discos Corasón tenemos colegas para  quienes éste es el género que más les importa. No se trata de la suave alegría del jarocho,  ni la belleza canora del  huasteco, sino de una música que suena a la tierra y a la pasión de lo propio.

Antioco Garibay y su conjunto de Arpa Grande con WatermarkEntre los maestros de esta música, había uno que me fascinaba por encima de los demás. Un caballero de la vieja escuela. Grabamos a don Antioco Garibay en La Huacana, Michoacán, en 1975 pero la audición de su disco no fue sino 25 años después, cuando un grupo de ancianos se sentaron en el patio de su casa y escucharon el CD durante cinco horas sin interrupción. Después de este tiempo me dijeron que estaban de acuerdo y que sonaba bien. El placer para todos fue muy grande.

En el momento de grabarle a don Antioco, nos dimos cuenta de la calidad del material pero en ese entonces no tuvimos la ambición de producir la música en disco, sino de guardarlo como documento, el registro importante de la cultura musical que nos fascinaba. Como éramos científicos,  insistimos en la mejor calidad posible de grabación – no nos interesaba producir souvenirs – pero no empezamos a producir y distribuir las grabaciones sino hasta los mediados de  1980.

Anduvimos en Michoacán en 1998, buscando a un arpista que le apodaban ‘El Venado’ a quien  queríamos entrevistar para un CD Rom que preparábamos sobre el son mexicano. Nos habían dado direcciones hacia una calle empedrada que subía un cerro arriba de Nueva Italia. Tomamos el camino hasta su final, llegando a la última casa antes del monte. Afuera, sentada con su bandeja llena de dulces y golosinas para vender, estaba una señora con las faldas y brazaletes de una gitana latinoamericana. Le preguntamos por  El Venado y nos respondió entusiasta que éste vivía al otro lado del cerro, a donde nos llevaría con gusto, si queríamos.

Guardó su bandeja en la casa y subió al auto. Nos platicó de El Venado y de otros grandes músicos de la región. Le dije que, para mí, el más grande de todos ellos se llamaba Antioco Garibay. Que en paz descanse.

“Sí, fue el más grande,” dijo.

“¿Lo conoció?”

“Pues sí. Fue mi papá.”

Cuando nos recuperamos de la sorpresa, nos pidió una copia del disco de su padre y me apenó decirle que no existía. “Pero, ¿cómo? ¿Si ya lo grabaron?” Le hice la promesa de revisar los materiales y, si fuera posible, producirlo como disco compacto y mandárselo.

Gracias a nuestra guía, encontramos a El Venado y platicamos largamente con él sobre la tradición de los conjuntos de arpa grande en esta región de la Tierra Caliente de Michoacán, en donde las fiestas duran tres días con músicos de son. Tocan el arpa de 32 cuerdas, dos violines y una vihuela, además del coro de un altísimo falsete o jananeo: el canto sin letras que expresa una emoción desbordada.

Don Leandro Corona, foto de Mary farquharson  con Watermark

En el calor de la fiesta, alguien suele pedir permiso para tamborear la tapa del arpa, mientras que el músico sigue tocando la melodía, produciendo una línea percusiva que lleva el  son a una intensidad feroz. Hasta los caballos de la Tierra Caliente bailan el son.

Baile caballo y jinete con Watermark

En los 25 años desde que habíamos grabado a don Antioco, el gusto por los grupos de cuerdas ya se había diluido frente al éxito de las bandas de alientos que desfilaban por Apatzingán tocando su música desde las cajas de las pickup. La cosecha de algodón y melón ya no era como antes y, cuando asistimos a las fiestas, presentimos un cambio en la cultura popular más marcado que en otras regiones del país. Sin embargo, en la zona de tolerancia de Apatzingán, todavía escuchábamos a grupos de cuerdas que se reunían en los bares y en las calles para tocar los viejos sones para el fervor de las prostitutas y sus clientes.

En 1975, sin embargo, el son de arpa grande había estado en un momento de auge, con Antioco Garibay compitiendo con otros maestros como Timoteo Mireles, ‘El Palapo’;  Encarnación, ‘Chon’ Larios, director de Las Madrugadores de Apatzingán; y Venancio Rodríguez de Los Caporales de Apatzingán, a quienes grabamos en diferentes momentos de los 1970.

El último de estas leyendas a quien grabamos fue a don Antioco Garibay. Al encontrarle en su casa en La Huacana, le propusimos hacerle una grabación. La idea le agradó, así que nos pusimos de acuerdo para regresar el día siguiente.

Cuando llegamos con los micrófonos, la Nagra y demás equipo, nos recibió Antioco vestido de blanco. Su ropa, preparada por sus nietas, fue impecable: como si fuera un torero preparado para salir a la lidia. Los músicos llegaron igual de elegantes y, a las 9 de la mañana, empezamos a probar micrófonos para ecualizar la grabación. Enrique Ramírez de Arellano y yo estábamos checando niveles, mirando el equipo, cuando sonó el primer jananeo. Los dos  dimos un salto, ya que nunca esperamos escuchar un falsete tan alto y feroz de la boca de estos educados ancianos.

Desde el momento de correr la cinta, no paramos un solo minuto, hasta pasadas las tres de la tarde. No había necesidad de repetir sones o corregir la afinación.

Hubo un breve descanso para comer después del cual volvimos a grabar un son tras otro. Entre los músicos nos habían preparado una lista de más de 50 sones que proponían grabar. Algunos de estos los conocíamos pero este grupo ofrecía un repertorio más amplio que los demás músicos de la región y grabamos muchos temas que son poco conocidos aún hoy en día.

Por ahí de las ocho de la noche, les dijimos que teníamos suficiente material grabado. Antioco se sorprendió: “¿Qué? ¿Ya acabamos?”

Guardamos las cintas de esta grabación y, gracias al inesperado encuentro con su hija, en 1999 las sacamos del archivo para producir ‘La polvadera’ de Antioco Garibay y su Conjunto de Arpa Grande.

5. Eduardo Llerenas with Mexican country violinist Leandro Corona con WatermarkCon el flamante disco en mano, salimos rumbo a Michoacán para entregárselo a los músicos sobrevivientes del Conjunto de Antioco Garibay. Llegamos a la casa de don Leandro Corona en las afueras de Zicuirán. El violinista, con más de 90 años,  puso nuestro equipo portátil sobre una mesa en el patio de su casa y él y sus amigos jalaron sillas para poder escuchar el disco. Se sentaron  frente de la grabadora, como si fuera una televisión.

No mostraron emoción alguna durante las cinco horas  de escuchar la grabación, ni comentaron nada. Cada vez que acabó el disco, cambiaron de silla para dar a otro amigo la posibilidad de acercarse a las bocinas.

Eduardo con Don Leandro, ago del 99 con WatermarkCuando finalmente decidieron que habían escuchado lo suficiente, expresaron su opinión con una mesura muy distinta a la música que tocan. Tomamos varias cervezas para celebrar el disco y festejar la memoria de don Antioco y los buenos años del son de arpa grande de la de Tierra Caliente de Michoacán.

 

Kasse Mady Diabate, el gozo por cantar

En el corazón de África

En el 2000, año en que Oumou Sangare inauguró el Festival Cervantino, pedimos que incluyera en su compañía a un gran cantante, nativo de Mali igual que ella: Kasse Mady Diabate. De esta manera, además del canto femenino de la diva de Wassoulou, pudimos ofrecer al público mexicano la voz cristalina de un legendario yeli (o griot), que heredó el destino de contar la historia pasada y presente de su país y los personajes que lo formaron.  Kasse Mady  más que un gran cantante, es una biblioteca ambulante; la memoria viva de su pueblo.

Además de ser tan dotado, Kasse es una persona muy accesible y, desde el día en que llegó a México, me empezó a mencionar la posibilidad de grabarle a él y a su grupo, la Super Mandé. Después de escucharle cantar en vivo, al lado de la gran canora Oumou Sangare, estaba convencido de su propuesta, a pesar de las dificultades del proyecto.

Primero hablé con una amiga, la renombrada musicóloga europea, Lucy Durán, experta en la música de Mali y amiga de Kasse. Le propuse que produjéramos un disco entre los dos, para así asegurar la calidad de grabación que buscaba, la cual podía escapar a un productor sin la experiencia previa de trabajar en África. De hecho, en ese momento, ninguna disquera mexicana había grabado en ningún país africano.

Los productores: Llerenas y Lucy Durán, con Kasse Mady

Los productores: Llerenas y Lucy Durán, con Kasse Mady

Efectivamente, la impresión más fuerte al llegar a Mali fue una de humildad frente a una cultura oral tan profunda y compleja. Había hecho múltiples grabaciones en comunidades afroamericanas del Caribe y Latinoamérica, pero las referencias en la madre tierra son distintas.

En un primer viaje de exploración con Lucy, decidimos realizar la grabación en Kela, el pueblo de Kasse Mady y demás familias del clan Diabate, todos herederos del arte de cantar, trovar y bailar. Suena bien, solo que Kela no tiene electricidad —mucho menos una posada o fonda— y en las fechas previstas para la grabación la temperatura subiría arriba de los 40 grados.

La voz de los ancianos

La voz de los ancianos

Lo más importante del primer viaje había sido la reunión con el consejo de los ancianos de Kela. Los 12 integrantes escuchaban con mucha paciencia nuestra propuesta de grabar en el pueblo y luego, uno por uno, ofrecieron su opinión personal. Estábamos sentados todos en una de las casas de adobe con su techo de palma y, aunque no había sillas ni decoraciones, sentí el peso de la sabiduría de los portadores de la historia de este pueblo. Después de varias horas de discusión, decidieron colectivamente permitir la primera grabación de su  música en Kela, a los extranjeros.

Cuando regresamos a la capital, Bamako, por segunda vez, llevamos  equipo de grabación diseñado especialmente para este proyecto. La falta de electricidad en Kela fue todo un problema. Un  generador crearía mucho ruido, inaceptable para la grabación. Escogimos un sistema de alimentación a través de un ‘no-breaker’ de 1000 watts de capacidad, acoplado a dos baterías de coche conectadas en serie que proporcionaban 25 voltios. Mientras que trabajábamos con una batería, Mary llevaba el coche por los caminos lejanos y regresaba con la batería recargada y lista para su siguiente turno.

El estudio fue una casa rectangular de adobe en las afueras de Kela; que daba a un bosque en donde los músicos decían que habitaban los yins. Estos espíritus podrían decidir el destino del trabajo y así el primer día de grabación fue un poco tenso, pero salió muy bien y esto nos dio confianza a todos.

Estudio Kambejeremá. Kela, Mali

Estudio Kambejeremá. Kela, Mali

Grabamos temas muy tradicionales, con cantos en dialectos medievales que cuentan de las aventuras del gran emperador Sundiata Keita; otros temas menos profundos que Kasse solía cantar con su banda en los salones de baile de Bamako y dos números en que revivía sus tiempos en la legendaria ‘Maravillas de Mali’, interpretando sus versiones locales del son cubano. Grabamos en directo, como debe de ser cuando los músicos son buenos y tocan bien juntos, separando voces, percusiones y cuerdas para la edición posterior.

En la música de Kasse Mady uno encuentra toda la filosofía y la sabiduría de los yeli: es una música que va más allá de la moda, que anda libremente entre lo rústico y lo urbano; es muy local y al mismo tiempo universal. Por encima de todo esto, la voz de Kasse Mady es una de las más bellas del África Occidental.

Bassekou Kouyate, rey del ngoni

Bassekou Kouyate, rey del ngoni

De regreso a la capital, grabamos un tema más para poder cerrar el disco. Habilitamos un salón del Hotel Mande como estudio e invitamos a dos de los máximos instrumentalistas de Mali: Toumani Diabate en la kora y Bassekou Kouyate en el ngoni, pariente distante del laúd. Los dos maestros acompañaron la voz de Kasse interpretando ‘Fununke Saya’ en que la muerte de una joven simboliza el momento en el que la novia abandona la casa familiar para vivir con su marido en la casa de los suegros.

Con el equipo electrónico guardado de nuevo en múltiples cajas, regresamos a México para revisar todo lo grabado y empezar la edición y masterización. Aunque los resultados me gustaron mucho, sentí  que faltaba fuerza en la línea del bajo así que, después de hablar con Nick Gold, el gran productor de Buena Vista, decidí ir a La Habana a pedir la colaboración de Orlando ‘Cachaito’ López. Escuchamos la grabación juntos, luego llevó una copia de las grabaciones consigo y al día siguiente llegó a los estudios, pentagrama en una mano y su instrumento en la otra, y grabamos una línea del bajo de Cachaito para reforzar el disco en algunos temas.

Un poco nervioso, le invite a Kasse Mady a escuchar la versión editada para que aprobara el bajo. Se sentó en el jardín de la oficina y escuchaba la grabación con mucha atención.  Me dijo: “me cuesta mucho trabajo creer que ese señor Cachaito no haya nacido en Mali”.

El disco terminado fue nominado a los premios Grammy en la extraña categoría de ‘Mejor disco de música del mundo’ y tuvo muy buena aceptación en México, Europa y los Estados Unidos. Nos asegura Kasse que fue ampliamente pirateado en África, lo cual quiere decir que fue bien recibido en su propia tierra.

  • Por si requieren fotos de buena calidad o el video realizado por Cosima Spender, favor de solicitarlo a la siguiente dirección: discos@corason.com
Negra Graciana

El vuelo de la Negra Graciana


Estábamos, Mary y yo, tomándonos unas cervezas en los Portales de Veracruz. Fue el verano del 1993 y estábamos apenas lanzando Discos Corasón. Mary seguía en su chamba de periodista y yo la había acompañado al puerto jarocho como consorte. Confieso que el papel me aburría bastante, así que sugerí a cada rato que paráramos las entrevistas para tomarnos unas cervezas.
Fue en uno de esos descansos que vimos a una arpista, ya con casi 60 años, arrastrando su arpa y ofreciendo sus sones al público sentado en los portales. Le pedimos que nos tocara unos por el gusto, sin ninguna expectativa profesional, ya que ese no fue un viaje de investigación musical.
Nos tocó ‘La guacamaya’ y luego ‘El butaquito’. Escuchamos cada son con atención porque supe de inmediato que se trataba de una artista de mucho valor. Para ese momento había grabado a unos 15 grupos jarochos desde Veracruz hasta los Tuxtlas. Lo que me impresionó de Graciana fue su manera de combinar los arpegios con los trineos en el arpa con un estilo que hablaba de una maestría y fuerza personales. Ella misma llamaba este estilo, “a la antigüita”. Su voz era afinada, muy natural y sin muchos cambios tonales. Cuando cantaba, expresaba su propia vida: “alegre y un poquito triste también”. Fue la voz de alguien con el valor de expresar lo que sentía, una voz sin pretensión que comunicaba lo que había mamado desde la cuna.

La invitamos a sentarse con nosotros y pedimos otras cervezas. Nos habló de su infancia en Puente Izcoalco, en donde había comido iguana, guaruso, garza blanca, camarón pinto y mojarra. Allí había aprendido a tocar el arpa del señor Rodrigo, un “cieguito de los dos ojos”, como nos decía, quien iba a la casa para enseñarle su instrumento a Pino, el hermano mayor. Terminada la última clase, el maestro estaba comiendo cuando Graciana tomó el arpa y empezó a tocarla con sus deditos. “La que va a aprender es la chiquilla”, dijo el maestro ciego, y tenía razón.
A los 10 años empezó a tocar en público, acompañando a su papá y a su hermano Carlitos que tocaba el violín, la jarana y el requinto de cuatro cuerdas. Carlos fue, además, un gran bailador pero se murió a los 18 años. Su lugar lo ocupó Pino, el hermano que más tarde se volvería el único acompañante fiel que tuvo Graciana en la carrera internacional que empezó el día que nos conocimos en los Portales de Veracruz.
Aquel día, cuando Graciana compartía con nosotros los sones de su repertorio y los episodios de una vida siempre cerca de la música, le preguntamos si le interesaba grabar un disco con nosotros. No sé si nos creyó, nadie se lo había ofrecido antes, pero le hablamos varias veces por teléfono desde el DF y en estas conversaciones acordamos el día y el lugar para la grabación; el repertorio y los músicos que la acompañarían. Nos había dicho que prefería tocar y cantar ella sola, ya que los acompañantes la habían despreciado siempre. Sin embargo, quedamos en que María Elena Huerta, hermana del primer marido de Graciana, la acompañaría con una segunda arpa y su hermano Pino Silva en la jarana y voz.

En marzo de 1994 nos reunimos todos en el rancho de la ex cuñada, una casa aislada del bullicio, al sur del Puerto. El único ruido fue de los guajalotes que tuvimos que encerrar lejos del cuarto en donde grabábamos. Fueron varias horas de ensayar el repertorio acordado; primero Graciana tocaba como si estuviera todavía en los Portales, pero en algún momento se dio cuenta que su música no fue tan ajena a mí y empezó a tocar con otro ánimo. Hablamos brevemente de otros arpistas jarochos que había grabado: de su amigo Nicolás Sosa, a quien grabé en 1975; del arpista Andrés Cruz de Cosamaloapan y también del jaranero solitario Daniel Cabrera, que manejaba un repertorio ya olvidado en el circuito más turístico. “Él se envejeció a los 83 años, cuando su hija decidió irse a la Ciudad de México”, nos contó Graciana.

Grabamos unos 20 sones, algunos interpretados por ella sola y otros acompañados por su hermano y la ex cuñada. Me acuerdo que uno de ellos – creo que fue ‘El balajú’ – costaba mucho trabajo y les había pedido unas cinco repeticiones antes de que saliera – finalmente – a la perfección. Solo esperamos los diez segundos de silencio al final de la interpretación para poder contar con una grabación exquisita. Desgraciadamente, no había visto a una vecina que había llegado de la nada y estaba escuchando frente a la ventana abierta. Antes de la nota final, empezó a aplaudir con entusiasmo. Nos reímos todos – para no llorar – y luego volvimos a grabar el tema, esta vez con la ventana cerrada a pesar del calor asfixiante.
Ese primer disco: ‘La Negra Graciana, Sones jarochos con el Trio Silva’, fue una producción muy modesta, la cual hicimos por el gusto de grabar, como siempre ha sido el caso. Se trataba de comunicar la música tal cual de una artista desconocida y el proyecto fue financiado por nosotros, como siempre.

Consigue «La Negra Graciana, Sones Jarochos con el Trio Silva» en iTunes

Incluimos el CD entre los primeros títulos de la flamante disquera Corasón y nos dio gusto que vendió más de mil ejemplares.
Más que el disco, que seguía vendiéndose poquito a poquito durante varios años, lo que impactó fue la respuesta que Graciana tuvo entre los promotores de conciertos. Su primer contrato fuera de Veracruz fue por invitación de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe que la presentaron en El Hábito, gran honor para Graciana dado que la programación incluía a Chavela Vargas en su primer concierto de regreso a la farándula y a Elena Burke, entre otras. Graciana estuvo sensacional, bellísima en su música y su persona.
Luego empezamos a llevarla a algunos foros internacionales en donde habíamos presentado a otros artistas del nuestro catálogo –como Eliades Ochoa– y ella y su hermano Pino (con requintistas distintos) se presentaron en el Royal Festival Hall en Londres, en el Harbourfront Centre de Toronto, en Madrid y varias ciudades de Holanda y Bélgica.


En ese entonces, se comunicó con nosotros un gran promotor francés, Jacques Erwan, que llegó a México en búsqueda de intérpretes de música tradicional. Le recomendamos artistas de Jalisco, San Luis Potosí, Yucatán, Oaxaca, Veracruz, Guerrero y Michoacán. Escuchó a todos en sus diferentes pueblos, pero solo Graciana Silva le había impactado lo suficiente para – dos años después – presentarse en una de las salas de concierto más prestigiadas de Europa: el Theatre de la Ville en Paris.
Aunque el público de este teatro estaba acostumbrado a escuchar a artistas internacionales del primer nivel (como al gran pakistaní Nusrat Fateh Ali Khan y al violinista Yehudi Menuhin, entre muchos más) el son mexicano hacía su debut allí y la expectativa tanto de los músicos como del mismo público fue grande. Durante el transcurso del concierto ambos se acercaron, se conocieron y terminaron conmovidos. Pino, con su estilo de caballero jarocho, lo bautizó como “un público inteligente”. A diferencia de los demás conciertos, éste fue grabado en vivo y producido por Buda Musique en un disco que distribuimos nosotros aquí en México.

En otro momento, la llevé a Chicago para un concierto en el Museo de Arte Mexicano, después del cual estuvieron programados un par de conciertos en escuelas públicas de la Ciudad, con estudiantes sobre todo de raíces mexicanas y afroamericanas. Una de estas presentaciones me impactó más que cualquier otra, incluso más que los conciertos elegantes en las capitales de Europa. Era un salón inmenso con unos 1500 estudiantes de secundaria. Después del programa musical, La Negra fue invitada a sentarse en un gran sillón abajo del escenario y los alumnos hicieron largas filas para saludarla. Llegado su momento, veía como le besaban la mano o la tocaban como si fuera un talismán que podría traerles suerte a ellos para lograr un éxito parecido, como mexicanos o como niños negros.

Fue el último día de su gira y fuimos a un restaurante en La Villita para celebrarlo. Ahí comimos casi como en casa; es más, de repente le escuché a Graciana pedir a la muchacha que nos atendía que le guardara unas ocho tortillas hechas a mano, porque quería llevárselas a su casa en Veracruz. Como varios de los músicos con los que hemos trabajado, Graciana Silva era una excelente cocinera, muy generosa anfitriona y gustosa siempre.
En México en esos años el interés que generó Graciana Silva fue menor que en la escena internacional, pero sí existía. Cristina Pacheco la filmó tres veces; fue invitada a festivales como el Quimera de Metepec y – más tarde – al Tajín. En un proyecto que llamamos ‘Son de México’, Graciana participó al lado de grandes maestros de las diferentes tradiciones: Juan Reynoso, Guillermo Velázquez y Los Camperos de Valles, entre otros. En este formato se presentó en el Festival Cervantino, también en Seattle, Londres y Berlín. En 2001 la presentamos en el Festival del Centro Histórico en donde hizo un notable palomazo con invitados de California: Los Lobos. (Siendo honesto, no fue la mejor ‘Bamba’ de la historia, pero el encuentro fue interesante, sobre todo para Los Lobos).

Su relativo éxito –importante en el momento aunque reducido comparada con las megagiras de grupos como Mono Blanco y Son de Madera actualmente– causó sorpresa tanto a ella, como a nosotros y tal vez más a la comunidad jarocha que no esperaba tal de una artista de Los Portales.
El último concierto que organizamos para ella fue en el 2001 en Sevilla. Seguimos recomendándola, por ejemplo para una grabación con los músicos irlandeses, The Chieftans que coordinamos en 2009, pero la relación fuerte con ella duró ocho años, tiempo para frecuentes convivios en su casa en las afueras del Puerto, comiendo bajo los enormes mangos en el rancho de su hermano Pino, o en la casa nuestra en el DF.

Nos da muchísimo gusto saber del reconocimiento que el Gobierno del Estado le está brindando a Graciana Silva, el cual es importante para su familia y para la historia de la cultura popular del país. Se trata de una artista única en su talento y en su pertinaz independencia, aunque al mismo tiempo representante de una larga tradición oral que ella heredó y que sigue viva gracias a la amplia comunidad musical jarocha.
Para Discos Corasón, para Mary y para mí, los años que convivimos con Graciana tienen un lugar muy importante en la memoria. Su interpretación tan fresca y creativa de la cultura popular, tanto en su música como en su verbo, en su cocina, en su manera de bailar y de ser, fue una lección para nosotros y confiamos que su genio seguirá viviendo entre sus hijos, nietos y bisnietos ya que la familia es la mejor escuela para la música tradicional. A diferencia de un disco, o un libro, nada está fijo ni es rígido; las reglas son importantes y tienen que dominarse para luego dar vuelo a la imaginación. Vuela, vuela vuela, como yo volaba… cuando me llevaban presa de Veracruz a Orizaba.»Gracias Negra, por seguir tu vuelo, vuela revuela vuela como yo volaba cuando me llevaban preso, señorita por usted”.

La Negra Graciana con Cristina Pacheco en 2001.

Eduardo Llerenas, México DF 1.12.13